Cuando Zapatero se hundía sin remedio en las encuestas, rechazado visceralmente por los españoles, le preguntaron, en una entrevista, si se sentía mal ejerciendo el poder y con millones de ciudadanos rechazándole, pero, ante la sorpresa del entrevistador, afirmó que se sentía perfectamente y que dormía a pierna suelta. Lo mismo responderían hoy Rajoy, Montoro, Luis de Guindos, Artur Mas, Dolores de Cospedal, Griñán y muchos otros políticos españoles, a pesar de que deberían sentirse muy mal ante los estragos de la crisis, los millones de desempleados y pobres que llenan las calles de España y el inmenso sufrimiento que las medidas que ellos adoptan causan a millones de españoles.
Algunos idiotas creen que ser un buen político significa poder adoptar medidas dolorosas sin que les tiemble el pulso, sin que esas decisiones les afecten, por muy duras que sean. En realidad debería ocurrir lo contrario: el mejor político es el que siente dolor con sus administrados y el que duda, medita y sufre antes de adoptar decisiones graves que conllevan sufrimiento humano. Los insensibles son enfermos o canallas que han llegado al poder, mientras que los que sufren son seres humanos decentes que merecen la confianza de sus administrados.
¿Por qué ese comportamiento extraño e insensible de los políticos ante el sufrimiento que ellos mismos provocan o que no saben mitigar?. La respuesta es que muchos de los políticos que hoy gobiernan son auténticos enfermos mentales, necesitados urgentemente de tratamiento psiquiátrico intenso. Lo que Zapatero definía en su entrevista como signos de salud, son, precisamente, los síntomas más claros del "Síndrome de la Arrogancia", la enfermedad mental que David Owen define y que reclama sea incluida, con un número propio, en el Código Internacional de Enfermedades (CIE).
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