El Rey, indignado, me mandó a callar en plena audiencia. Todos los consejeros, asesores, políticos y nobles adulones clavaron entonces sus ojos en mí, con una expresión general que oscilaba entre la reprobación y la compasión. Durante unos segundos mantuve la mirada fija en el monarca, cuyo rostro había pasado del tono blanco burgués al rojo rabia real. Yo sabía lo que significaba aquella llamada al silencio y, por eso, aprovechando mis últimos segundos de libertad, concluí la osadía que me llevaría a la celda:
-Majestad, mal podrá reinar quien prefiere el silencio a la verdad.
Publicado el 18/11/2007 en HIPERBREVES
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