Después del terremoto, los supervivientes salieron a las calles cubiertos de polvo y sangre seca. Caminaban como espectros por las calles rajadas, entre edificios torcidos, jirones de casas y restos de normalidad. Un niño arrastraba un peluche ileso, con el rostro lleno de polvo de cemento fraguado con lágrimas y mocos. Una mujer lloraba arrastrando una chola roja, tres rulos y una clavícula rota.
Dos hombres sin zapatos, abrazados como amigos borrachos, avanzaban separados por la línea blanca y quebrada de la calle, sin mirar al chico que, atrapado bajo tres planchas de hormigón, pedía sin fe ayuda con su única extremidad sana. Nadie reparaba en los demás. Todos avanzaban con un rumbo fijo. Buscaban una tele para ver qué había pasado.
Publicado el 30 Marzo 2007 en HIPERBREVES
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