En este país, España, hay casi más negros que blancos. Me refiero a los salarios. Mari Carmen es una mujer latinoamericana que pidió empleo en un restaurante-cafetería. Una gran empresa teniendo en cuenta el número de unidades de negocio que tiene operativas. Llegó allí para hablar con el responsable y le dijo que estaba dispuesta a trabajar. Él comenzó a explicarle sus funciones. En la cocina, de cocinera, donde en menos de una semana tenía que aprenderse cada uno de los platos combinados de la carta y no fallar. Calamares con patatas, huevos fritos y croquetas; solomillo con patatas y guarnición de verdura; milanesa con patatas, beicon y huevo; calamares con ensalada, croquetas y trocitos de pollo... Mil combinaciones.
Ella lo escuchó y lo entendió, pese a que su castellano no es del todo perfecto. Seguidamente le preguntó sobre su horario y sobre su salario. «Ocho horas asegurada y el resto, en negro». «¿Cómo?», le espetó Mari Carmen, que creyó que en esta ocasión no había entendido bien. «Ocho horas asegurada y el resto, en negro. Trabajas de martes a domingo. Entras a las 12 de la mañana y sales a las 11 de la noche. Ya comes aquí», le explicó.
El encargado fue natural. No pretendió ser desconsiderado con una trabajadora del siglo XXI a la que estaba ofreciendo condiciones equiparables a las que había antes de la revolución industrial. Simplemente, le explicó las condiciones que la empresa a la que representaba estaba dispuesta a soportar. Se lo dijo con naturalidad porque no era la primera vez que hacía la propuesta, ni tampoco iba a ser la última. (LEER TODO)
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