NOS HAN MACHACADO PISOTEADO MALDECIDO MALTRATADO Y DEFRAUDADO YA TANTO, POR TODO EL MUNDO, QUE EN VEZ DE INDIGNADOSESTAMOS MÁS BIEN RESIGNADOS Y CASI MORIBUNDOS, A VER SI DESPERTAMOS O RESUCITAMOS, Y NOS REBELAMOS DE UNA VEZ... No vivimos una sociedad de bienestar, vivimos una sociedad de precariedad, en la que se van perdiendo nuestros derechos. Somos gente como tu, sinideologias definidas. Preocupados e indignados por el panorama politico, economico y social. Por la corrupción de póliticos y empresarios.Por la indefensión de los ciudadanos de a pié. Todos unidos, podemos cambiar esta situación. ¡¡¡TOMA LA CALLE¡¡¡ Es tu derecho.

lunes, 27 de mayo de 2013

EN FAVOR DEL BILINGÜISMO

POR JULIO CORTÁZAR 
Esta breve historia es verídica; no lo parece, pero la culpa la tiene la literatura, que desde sus orígenes se ha dedicado a darnos gato por liebre y liebre por gato, al punto de que a un escritor de ficciones le cuesta un kilo que la gente le crea cuando por una vez cuenta algo que pasó de veras. Un buen ejemplo es el de Gabriel García Márquez; ahora que se dedica casi exclusivamente a indagar y describir procesos históricos y políticos, ocurre que mucha gente piensa que todavía está hablando de Macondo, y le sigue los pasos en Angola o en Vietnam como si el coronel Aureliano Buendía estuviera esperando a la vuelta de cada página. Eso nos enseñará a Gabo y a mí a ser más serios, aunque ya parezca un poco tarde: por mi parte juro que esta historia me llegó como verdadera y por si fuera poco como polaca (esto último, no sé por qué, la vuelve todavía más seria). Cuento inocentemente lo sucedido porque me gusta y porque a pesar de su culminación más bien horrenda, tiene un final inesperadamente pedagógico y alentador

Los personajes (viven en una aldea de nombre impronunciable) soñaban desde sus remotos horizontes agrícolas con el viaje que alguna vez harían a París, donde un tío relojero los esperaba para alojarlos y mostrarles la torre Eiffel y otras prominencias de la ciudad. Josef y Anna trabajaron duro para ahorrar lo necesario, produjeron a Yúrek, un bebé rubio que complicaba los planes pero a la vez los embellecía, compraron a crédito un autito de tercera mano, y un día partieron después de recibir instrucciones precisas del tío de París, que habiendo conocido en su día la imposibilidad de hacerse en-tender en polaco más allá de las fronteras del país, les indicó la mejor manera de resolver el problema. Se trataba simplemente de llegar a las puertas de la capital francesa, dejar el auto en un párking y tomarse el metro (plano adjunto) hasta su casa, evitando así los inconvenientes del tráfico y el laberinto medieval de las calles. El viaje de la feliz pareja por las sucesivas autopistas no presentó problemas lingüísticos mayores. Apenas arribados y arrobados, Josef y Anna metieron el auto en un enorme garaje donde cambiaron monosílabos y sonrisas por frases incomprensibles y un ticket verde, tras lo cual bajaron al metro con lo puesto y con Yúrek, detalle importante este último como se verá luego.


El viejo tío los esperaba en su modesto departamento donde hubo lágrimas y abrazos y brindis y vodka legítima. A la hora de ir a retirar el auto para traer el equipaje y los regalos de la familia, Josef entregó el ticket verde a su tío que después de mirarlo se puso tan verde como el papel en cuestión y se precipitó escaleras abajo seguido de su sobrino. A lo largo del trayecto en el metro Josef trató de comprender lo que pasaba, pero lo único que alcanzó a decirle su tío fue precisamente que no dijera nada y que la Virgen, San Tadeo y la corte celestial, etcétera. A toda carrera se precipitaron en el garaje, y después del diálogo del que Josef solo alcanzaba a comprender la desesperación del tío y las gesticulaciones franco-italianas del sereno de turno, los llevaron hasta un patio lleno de tractores y máquinas ominosas. Bajo la luna y algunos vagos tubos de neón vieron multiplicarse decenas y decenas de cubos metálicos de diferentes colores; uno de ellos era el auto de Josef y de Anna, sometido al proceso de compresión que es uno de los orgullos de la tecnología francesa para sacar del camino a los autos ya invendibles, y acaso para favorecer la celebridad del escultor César, que compra y firma y revende esos vistosos cubos donde el ojo avizor del artista descubre la insólita belleza de un caño de escape, un volante o un paragolpes sometidos a la estética del azar y la apisonadora.

Ver el fruto de un largo sueño y de lentas economías convertido en un enorme dado es una horrible experiencia para cualquiera que no sea César. Y sin embargo, después de las pataletas y los gritos, Josef y Anna tuvieron tiempo para pensar que no debían lamentarse demasiado del siniestro malentendido, puesto que en el momento de su llegada a París el bebé dormía profundamente en el asiento trasero del coche, y los dos habían discutido la posibilidad de dejarlo allí bien arropado mientras iban en busca del tío. Por lo que toca al equipaje, formaba ya parte eterna del cubo junto con los embutidos, botellas y otros regalos; cada vez que en un museo encuentre uno de los cubos de César, lo estudiaré por todos lados para ver si en el compacto y multicolor magma metálico no se insinúan las huellas de una ristra de salchichas o de un sombrero de señora.

Todo, así, llega a su agrisado final: después de pasar dos días perfectamente espantosos en una ciudad que había perdido toda significación para ellos, Josef y Anna se volvieron en tren a Varsovia y su historia entró con ellos en el recuerdo, pero un recuerdo tan traumatizante que poco a poco se volvió vox populi y todavía es tema de conversación en Polonia: la prueba es que yo fui allá por un congreso, y mire lo que me contaron para alegrar mi estancia. Pero el relato tiene un bello corolario a pesar de todo, porque las autoridades polacas aprovecharon la difusión del episodio para emplearlo como un convincente argumento en favor del aprendizaje de una segunda lengua en todas las escuelas del país. En esta época en que el automóvil se sitúa en lo más alto de la escala de valores tanto al Este como al Oeste, no cabe duda de que los dirigentes polacos dieron psicológicamente en el blanco. Y así, aunque no creo que Josef y Anna vuelvan a París, otros tendrán acaso más suerte, por ejemplo el pequeño Yúrek cuando le llegue la hora de viajar.

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